CAPÍTULO 108 - PERPETUAR LOS MISMOS ERRORES DE SIGLOS ANTERIORES

Cada persona tiene su propio modo de pensar para interpretar el mundo que le rodea y tratar de manejarse en él, del mejor modo posible. Generalmente, todos buscamos sentirnos bien con nosotros mismos y los demás y lograr las metas y objetivos que nos proponemos en nuestras vidas.

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Francisco de Sales
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CAPÍTULO 108 - PERPETUAR LOS MISMOS ERRORES DE SIGLOS ANTERIORES

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CAPÍTULO 108 - PERPETUAR LOS MISMOS ERRORES DE SIGLOS ANTERIORES
-LO QUE PUEDE PASAR POR NO SABER-


Este es el capítulo 108 de un total de 200 –que se irán publicando-  que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER


Una gran parte de cada mujer está hecha para el amor, y la casi totalidad de ellas lo glorifican, lo idealizan, lo desean, y en algunos casos pueden llegar a hacer del amor el motivo primordial de su vida. Es capaz de permitir que el amor la zarandee y le haga conocer su lado más sublime, multiplicando la intensidad y la pasión con que lo hace el hombre, pero también es más proclive a desilusionarse mucho más, porque puede llegar a vivir hasta lo más desolador del dolor que puede provocar el desamor. Y, además, se permite llegar a ese extremo, lo que puede ser una injusticia.

La mujer está capacitada para darlo todo en el amor, incluso hasta llegar al punto de hacerse mucho daño –por amor y por desamor-, porque su corazón está interesado en amar, y en amar con intensidad.

El corazón de la mujer, con el paso de los años, es capaz de modificar el ímpetu de su latido, o se puede cansar un poco más, pero lo que no hace es perder la potencia de la intensidad de su amor. Cuando da, da con todas las ganas y lo da todo.

Una mujer a la que le han roto el corazón, es capaz de recomponerlo como sea para seguir dando amor, y lo puede dar durante las veinticuatro horas del día. El hombre, en general, lo entrega menos a menudo. O dice que ama durante los encuentros sexuales.

A la mujer, ya desde que es pequeña su instinto le orienta hacia el amor, y juega a cocinar con amor, o juega a jugar con amor, o juega a amar a sus muñecas. El hombre, niño entonces, juega a destruir, a guerrear, a pelear, a imponer su fuerza.

Parece como si ambos tuvieran una tendencia a repetir modelos, aunque esos modelos acaben siendo destructivos a la larga.

La mujer es heredera forzosa de una tradición que lleva bastantes siglos vigente. Es una abnegación transmitida que, a veces, en la parte negativa del amor se puede convertir en una maldición sufriente que parece ser imposible de eludir.

La mujer ha sido sumisa, o ha sido obligada a serlo. Es un dato histórico fácilmente comprobable. Son siglos y siglos de lo mismo.

Pero, afortunadamente para todos, en este momento la mujer ha sido capaz de iniciar una revolución que llevaba mucho tiempo esperando ser comenzada. En unos países ha empezado antes y con más ímpetu; en otros, aún no han conseguido la fuerza suficiente –aunque la voluntad y las ganas sí están ahí- o no han puesto todo el poderío en la hermosa tarea de reclamar otro tipo de relación que no sea sólo la dependencia del hombre en todos los aspectos, y han de hacerlo con dignidad y asertividad, porque es un derecho propio y de justicia, lo que por ley divina y humana les corresponde.

Es muy interesante que la mujer verifique todo lo que pudiera ser una actuación incorrecta en su comportamiento sumiso con respecto a la pareja y que, por el bien de todos, tome las riendas de la revolución, ponga las cosas en su sitio, y consiga que los hombres disfruten de esa maravilla que es el amor cuando los dos lo viven del mismo modo y en la misma dirección. Aunque para ello hay que empezar por que algunos hombres renuncien a esos “derechos de supremacía” que parecen haber heredado también de siglos pasados.

Porque es muy interesante que el hombre acuda a la relación sin miedo a perder nada –ni su puesto, ni su “hombría”-, sino predispuesto a dar y a ganar con ello. Y quien lo esté haciendo de este modo ya, habrá podido comprobar que el amor en igualdad de condiciones es más próspero, y cuando la mujer se abre y se entrega sin miedo y sin reservas, aporta unos hermosos matices sentimentales que para el hombre son insospechados.

La mujer que se entrega toda, cuando sabe que se la recibe toda, enriquece la relación de un modo inconmensurable; hace conocer al hombre estados que superan sus imaginaciones más fecundas y le aportan sensaciones y sentimientos muy gratos y agradables, del todo satisfactorios, que le hacen olvidar su creencia de que la relación ha de ser un campo de batalla.

Es curioso, pero siempre parece que es la mujer la que tiene que tomar las riendas en la pareja, y un buen modo de hacerlo es dejar de perpetuar los errores de sus predecesoras, y fundar una nueva mujer, consciente de derechos e igualdades, que haga de las relaciones un Edén para ambos.

Y los hombres que aún no lo hacen, que se pongan ya a la tarea -que conviene no aplazar- de unificar posturas y posiciones con la mujer, de implantar la igualdad, de compartir de igual a igual, y de mirarla con otros ojos más tiernos y con el orgullo indisimulado de ser consciente de lo que supone amar desde la humanidad natural.

SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:

- La relación es una sociedad en el que cada uno de los socios ha de aportar su correspondiente 50% para que vaya bien.
- Amar es cosa de dos, no sólo de ella.
- No hay una ley inquebrantable que diga que hay que seguir repitiendo un modelo con el que no se está de acuerdo. Cada pareja ha de crear sus normas y ambos han de respetarlas.
- La persona que no esté de acuerdo con el papel que se le ha adjudicado en la relación, que se rebele y reclame.


Francisco de Sales
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