CAPÍTULO 121- CREER QUE EL AMOR LO SOLUCIONA TODO

Cada persona tiene su propio modo de pensar para interpretar el mundo que le rodea y tratar de manejarse en él, del mejor modo posible. Generalmente, todos buscamos sentirnos bien con nosotros mismos y los demás y lograr las metas y objetivos que nos proponemos en nuestras vidas.

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Francisco de Sales
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CAPÍTULO 121- CREER QUE EL AMOR LO SOLUCIONA TODO

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CAPÍTULO 121- CREER QUE EL AMOR LO SOLUCIONA TODO
-EL PELIGRO DE LAS FALSAS EXPECTATIVAS-

Este es el capítulo 121 de un total de 200 –que se irán publicando-  que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER


Aunque sea un poco difícil de admitir, esto es algo en lo que siguen creyendo todos los días muchas de las relaciones que se inician. Incluso las que llevan tiempo juntas pero realmente no afrontan y resuelven los conflictos habituales de la convivencia. El amor es, eso sí, un componente inestimable.

Todas las frases tópicas sobre el amor son solamente frases bonitas. Esa de “Contigo al fin del mundo” es absurda, porque antes de llegar, en el 99% de los casos, uno de los dos se dará la vuelta; la de “Contigo pan y cebolla” es desmontada fácilmente por la realidad que demuestra que no es suficiente con pan y cebolla y que hacen falta otras vitaminas extras; ni siquiera el amor consigue hacer realidad esa de “El amor supera todos los obstáculos”, cosa que está muy claramente demostrada por tantas parejas que, aun con amor, no consiguen superar todos los obstáculos.

El amor que dos personas se profesan colabora en crear una actitud que puede llevar a solucionar de un modo más armonioso y más fácil los conflictos que se vayan presentando, pero con eso no es suficiente. Ayuda, pero no determina. Pone todo lo que puede de su parte e invita a que ambos pongan de la suya, pero él solo no puede ponerlo todo.

Para solucionar los inconvenientes que surgen en la convivencia se necesita –además de todo el amor que se tengan y puedan aportar para conseguirlo- voluntad de querer resolverlo, compenetrarse totalmente de un modo empático, una voluntad comprometida firmemente en lograr una solución que sea satisfactoria para ambas partes, total colaboración en todos los sentidos, mucha comprensión y paciencia, capacidad de negociar sabiendo poner y ceder cada uno algo de su parte, estar dispuesto a conceder un poco de lo personal a cambio de lo que se puede conseguir para la relación, y estar más interesados en ser felices que en tener razón.

Con las negociaciones hay que tener esto claro: son el preámbulo de un compromiso bienintencionado de que se va a resolver o modificar algo –más bien se va a “intentar” cambiar o modificar algo-, y aunque en ese compromiso la intención sea buena, y la voluntad vaya a colaborar, hay que tener en cuenta que existen unos automatismos profundamente instalados a los cuales va a costar desacostumbrar, por lo que las posibilidades de no cumplir el acuerdo van a estar muy presentes. No se pueden pedir milagros, más vale ser realistas. Se puede pedir buena voluntad y conviene estar vigilante para que se cumplan los compromisos, pero no desesperar y no recriminar si no se consigue inmediatamente lo que se pretende. Ser comprensivos. Ambos.

A pesar de lo expuesto con respecto a las negociaciones y sus resultados, conviene estar entrenados para enfrentarse a otras dificultades en la pareja que, sin duda, van a surgir.

Estaría muy bien tener diseñado y escrito un protocolo de qué van a hacer ambos cuando surjan, y cómo van a actuar.

Que incluya, por ejemplo, que hay que resolverlos en un sitio neutral que no sea el hogar –para no llenarlo de energías negativas o para que no llegar a asociarlo a “lugar de discusiones”-; permitirse exponer ambos, sin ser interrumpidos y sin ser prejuzgados, los sentimientos que se tienen; no criticar ni menospreciar los sentimientos del otro; escuchar las sensaciones que el otro tiene sobre lo que les está pasando –y hay que recordar que las sensaciones no tienen una base razonable, sino que son impresiones o corazonadas, pero no tienen por qué coincidir con la realidad, y quien dice que tiene una sensación no está afirmando ni negando nada-; comprometerse a poner todo el amor sobre la mesa con el objetivo de que el resultado sea óptimo, y no uno granito de arena más, o un obstáculo que impida el acercamiento libre entre ambos; evitar que el enfado se convierta en agresivo, o que los malos modos se interpongan, o que la rabia les haga decir cosas de las que después se arrepentirán, o que se queden sin decir cosas que realmente sean importantes aunque sean dolorosas.

El respeto a la opinión del otro es imprescindible, porque la escala de valores de cada persona es distinta, y lo que para uno es un asunto sin valor para el otro puede ser grave. Hay que valorar las cosas también desde el punto de vista del otro, entendiendo por qué ha producido el efecto que ha producido el motivo del conflicto, o hay que hacerle ver al otro, de buenos modos –sin tratar de imponer-, que tal vez está exagerando un poco o está un poco equivocado en su planteamiento. Esto conviene decirlo con mucho tacto, porque si no se hace bien puede producir el efecto opuesto al deseado, ya que el otro puede llegar a sentirse menospreciado al hacerle ver que su actitud o su opinión no son acertadas o tal vez sean desproporcionadas.

Hay que escuchar para saber. Conviene que el otro lo exponga todo, y no adelantarse con lo que uno cree que va a decir o cree que siente. Si se quiere saber lo que le pasa, no hay más remedio que escuchar hasta el final, y prestando atención. Tal vez se le sorprenda en una contradicción o tal vez se descubra cuál es la realidad de lo que se esconde tras lo que muestra. Tal vez no esté enfadado con su pareja, sino consigo mismo, pero prefiere responsabilizar al otro. Tal vez lo que se esconde detrás de su enojo es otro sentimiento distinto.

Por ejemplo, puede decir que se siente desatendido –y si dice que “siente” no quiere decir que sea la realidad, sino que es su sentimiento, su sensación-, y es muy posible que no se sienta desatendido por su pareja, sino que el hecho de haber sentido un minuto de desatención le haya puesto en contacto –y haya sacado el asunto a la luz- con la desatención o abandono que sintió por sus padres en la infancia, o que es él mismo quien se desatiende mientras espera ser atendido por los otros. No digo que hay que jugar a ser psicólogos, sino que hay que prestar mucha a atención a lo que su opinión tal vez esconde.

Es interesante ser cariñosos y atentos porque no hay que olvidar que la razón por la que se está tratando entre ambos de conseguir una solución al conflicto no es otra que afianzar aún más su relación superándolo juntos, porque se aman, y porque ambos desean todo lo que sea un mejoramiento para el otro y un progreso en la calidad de la relación.

Y es mejor estar presididos en todo momento por la cordura, la mesura, la paciencia, la calma en la medida de lo posible, otra vez por más amor de ese que se tienen, por unas sonrisas que inviten a sobrevivir al naufragio, por la educación, por el cuidado y la comprensión.

Y que al final del intercambio de opiniones, y tras la conversación, pongan el broche de oro con un abrazo, un beso, o el gesto que en su argot secreto indique que todo está bien.

SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:

- Eso de estar hechos el uno para el otro es una frase tan bonita como utópica. El amor no se mantiene solo, por sí mismo. No existe la predestinación y sí existe el trabajo en común para hacerse al otro y para sacar la relación adelante.
- Para que la relación esté bien hace falta amor... y voluntad de querer que esté bien. A eso hay que añadir la implicación necesaria para que así sea.
- El diálogo es fundamental en la relación, pero aún lo es más cuando se trata de resolver conflictos.
- Dejar exclusivamente en manos del amor la solución de los conflictos es una irresponsabilidad. Es una ayuda, pero no la solución definitiva.

Francisco de Sales
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