CAPÍTULO 163- IDEALIZAR DEMASIADO EL AMOR

Cada persona tiene su propio modo de pensar para interpretar el mundo que le rodea y tratar de manejarse en él, del mejor modo posible. Generalmente, todos buscamos sentirnos bien con nosotros mismos y los demás y lograr las metas y objetivos que nos proponemos en nuestras vidas.

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Francisco de Sales
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CAPÍTULO 163- IDEALIZAR DEMASIADO EL AMOR

Mensaje por Francisco de Sales »

CAPÍTULO 163- IDEALIZAR DEMASIADO EL AMOR
-ATENCIÓN A LA BAJA AUTOESTIMA-

Este es el capítulo 163 de un total de 200 –que se irán publicando-  que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER


Advertencia inicial: es una costumbre habitual imaginarse e idealizar el romanticismo del amor y la perfección idílica en la relación de pareja, desde una fantasía que no conoce los límites que impone la realidad, o desde el deseo demasiado idealizado, y no desde las posibilidades reales. Las expectativas que se ponen en ello son muy altas, tan altas a veces que eso hace –precisamente- que resulte muy difícil o imposible cumplirlas, y que el resultado sea precisamente el opuesto al deseado: Frustración.

El amor, aplicado a la relación de pareja, se compone tanto de sentimientos desbocados como de una parte más asentada en la que entran en juego la inteligencia emocional y sentimental, para que el inteligente racional se pueda dar cuenta de lo que no quiere o no puede reconocer la parte ilusoria. Para ponerla en su sitio.

Los sentimientos, por sí solos, no están capacitados para dirigir todo lo relacionado con el amor. Por eso, cuando se dejan las decisiones relacionadas con el amor a su exclusivo criterio y gobierno se dan los grandes batacazos, las sonoras decepciones, los desengaños, y los dolorosos fracasos.

El amor tiene –por supuesto- magia, maravilla, gozo, una atracción misteriosa y oculta, fantasía, y también muchos otros sinónimos gramaticales que se pueden añadir a ese estado alterado de conciencia en que la razón no siempre hace acto de presencia tal como debiera.

Lo que no es adecuado hacer es caer en la trampa de idealizar demasiado el amor, de llevarlo a un pedestal más alto del que le corresponde, porque se corren numerosos y graves riesgos. Lo que no es adecuado es quedarse solamente con la parte teórica ideal maravillosa de novela rosa y rechazar los inconvenientes que también tiene.

El primero es que, si no se logra ese amor tan sublimado y glorificado –y eso, la verdad, es poco menos que imposible-, ello puede conducir a un estado de desesperación y fracaso muy superior al que produciría si se le dejara tranquilamente en su sitio y se valorase en la justa medida.

Si una persona no tiene el amor de otra persona puede tener la equivocada sensación de que se está perdiendo más de lo que en realidad se está perdiendo. Y, además, no debería ser frustrante “perder” lo que nunca se ha tenido. Es como si alguien tuviera un sueño en el que posee un millón de euros y al despertarse y comprobar que en realidad no los tiene, tuviera la misma sensación que si realmente los hubiera perdido.

Si se tiene amor, bien. Y si no se tiene, bien. Basta ya de dotarlo de significados y poderes extraordinarios que vayan a resolver todas las tristezas y penas que pasan en la vida.

El amor y la relación de pareja sólo están bien cuando están bien. Que no es siempre.

El segundo riesgo es el de esperar que la pareja le proporcione un amor tan maravilloso como el que sólo existe en su imaginación. Esto quiere decir que aunque el otro haga todo lo necesario por llegar a lo máximo, que es diez, jamás llegará al veinte que erróneamente se ha supuesto. Nada, ni nadie, van a estar a la elevada altura de perfección y magnificencia que se les puede llegar a atribuir.

Salvo casos excepcionales, el amor de verdad, el que está al alcance de los mortales, no alcanza los niveles de sofisticación y excelencia de los imaginarios que se diseñan para las películas o los libros de ficción de amor, donde los personajes no tienen diarreas, ni se enojan, ni ellas soportan la regla y los malos días correspondientes; a ellas el sol siempre les resalta su esplendorosa cabellera rubia, ambos se despiertan pletóricos de amor y una banda sonora sensiblera les acompaña vayan donde vayan, pero lo que nos muestran es un anuncio de televisión con los mejores momentos de la relación (todos podríamos juntar unos cuantos minutos de nuestra vida para hacer uno de esos videos) pero no nos muestran cómo es el día a día, los enfados por nimiedades, los quebraderos de cabeza por asuntos cotidianos, los problemas de verdad como la salud, el dinero o la hipoteca, ni cómo les va diez años después.

“El matrimonio hay que reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”, escribió García Márquez. Todas las mañanas hay que ordenar todo el amor que se siente hacia el otro, hay que reorganizarlo con todos esos momentos positivos que ha aportado la historia común, hay que activar los buenos propósitos que quedan y regarlo con la magia de la ilusión, porque eso da ánimos para seguir adelante con confianza.

Tal vez es más cuerdo ir a lo tangible, a lo real, y valorar a la persona que uno ama más que al amor que aporta. El ser humano es más real. Y el amor no es sólo la palabra que se dice, sino lo que uno hace por el otro, la cercanía que une a ambos, las caricias y las miradas, el deseo de agradar… lo que emana el otro y no lo que uno, en la insensata creencia de su imaginación, se ha propuesto que sea.

El amor no es el Príncipe poniéndole a una el zapato de cristal, no es el hombre varonil trajeado que deja la copa de champán para abrazarla y besarla como ningún mortal ha hecho anteriormente en toda la historia de la humanidad, no es él corriendo bajo la lluvia a abrazarla mientras al fondo un piano desgrana y recompone las notas más románticas. Generalmente no hay un fuego de chimenea al fondo mientras ellos retozan apasionados sobre una piel de oso blanco, ni él tiene una perpetua sonrisa imborrable en los labios.

El amor es humano, y mezcla altibajos de pasión con momentos de tibia rutina. Por las mañanas él amanece sin afeitar y ella no es como la del anuncio, que se despierta peinada y con el camisón recién planchado. El fuego de la chimenea se pasa más tiempo apagado que encendido, y el pianista se murió hace tiempo.

Pero ahí está lo bello del amor: en seguir juntos e ilusionados a pesar de las circunstancias, de los altibajos; en sacarle una sonrisa a la tristeza para regalársela al otro; en amar a todas horas y en saber que se es lo más importante para el otro y el objeto de sus mejores deseos; en dejar que las manos entrelazadas sustituyan a veces a las palabras que no se organizan bien para decir lo que se siente, y que la devolución de una mirada sin palabras confirme que ha entendido todo lo que no se ha dicho.

Es bonito el amor, pero quizás sea una equivocación idealizarlo hasta un extremo en el que ni él mismo quisiera estar.

Y es mejor un amor que se pueda disfrutar a diario, aunque sea sencillito, que el que diseña en la imaginación más desbordada pero se queda sólo en eso.

SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:

- La idealización del amor puede convertirse en un frustrante autoengaño.
- Somos humanos. Entender esto –y no exigir al otro una relación de comportamiento sobrehumano- hará que la relación tenga éxito.
- Es muy posible que la pareja no pueda llegar a aportar nunca un amor tan idealizado como el que crea la imaginación. Si se rebaja lo irreal en la exigencia, todo irá mejor.

Francisco de Sales
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