CAPÍTULO 5 – EL HOMBRE EN LA RELACIÓN

Cada persona tiene su propio modo de pensar para interpretar el mundo que le rodea y tratar de manejarse en él, del mejor modo posible. Generalmente, todos buscamos sentirnos bien con nosotros mismos y los demás y lograr las metas y objetivos que nos proponemos en nuestras vidas.

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Francisco de Sales
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CAPÍTULO 5 – EL HOMBRE EN LA RELACIÓN

Mensaje por Francisco de Sales »

CAPÍTULO 5 – EL HOMBRE EN LA RELACIÓN

Este es el capítulo 5 de un total de 240 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.


A los hombres “de antes” –porque hay un antes y un después de una reciente generación de “nuevos hombres”-, por lo general no se les ha dado ningún tipo de educación específica para lo que es la convivencia equitativa en una relación, y cuando han llegado a ella sólo tenían como referencia lo que han visto en su casa –o sea, el ejemplo práctico que les han dado sus padres con su propia relación-, un poco de buena voluntad –cuando realmente hay buena voluntad-, las ganas de estar con su pareja y poco más.

Es un disparate generalizar en algo que es tan personal –cada persona es un caso distinto-, pero durante muchos años los hombres iban a la relación para que les siguieran cuidando como les cuidaba su madre, aunque, además, con derecho a sexo, mientras que muchísima gente joven ven la relación con los ojos sanos con que hay que verla.

Mis sobrinos varones –de entre 28 y 35 años en este momento- saben hacer todas las labores y tareas del hogar, bañan a sus hijos y les cambian los pañales, se levantan por la noche para consolarlos cuando lloran, les dan la comida, los sacan a la calle para pasearlos, juegan con ellos… o sea, lo hacen todo… menos parirlos.

A los hombres de cierta generación y ubicación –por ejemplo, los nacidos en España desde el año 1950 hasta el 1970, más o menos- se les ha exigido un gran esfuerzo para abandonar el papel que les habían asignado generacionalmente, y para el que habían sido preparados, que era seguir en la perpetuación de los siglos anteriores de un machismo dictatorial y una nula colaboración en los asuntos domésticos, y sin derecho a manifestar los sentimientos y la parte amable, porque eso se equiparaba a debilidades.

Se encontraron, casi de golpe, con que, al reflexionar sobre el papel del hombre en la pareja y con la descendencia, vieron que no les parecía justo aplicar a sus hijos y parejas lo que se había estado haciendo hasta entonces –el acatamiento indiscutible a las órdenes o caprichos del cabeza de familia- y comprendieron y aceptaron la igualdad entre ambos miembros de la pareja –ya que es así-, y les tocó ser conscientes de la justicia equitativa en la colaboración con las tareas del hogar y de la responsabilidad en la educación de los hijos –como en realidad es y debe ser-, y tuvieron que cambiar y ser tolerantes con los hijos en las mismas cosas que sus padres fueron rigurosos con ellos. Por ejemplo: antes, las novias tenían que estar en casa de sus padres antes de las diez y llegar vírgenes hasta la noche de bodas, y ahora hay que aceptar con naturalidad y sin rechistar que las hijas traigan a “dormir” al novio a casa.

Hoy, los hombres comprueban que tienen que destruir los pilares erróneos sobre los que han sido edificados, y eso exige el trabajo interior de desmontar y cuestionar lo que les inculcaron –que tiene la dificultad psicológica añadida de estar desobedeciendo los mandatos de un padre interno riguroso- y eso les obliga a construir unos nuevos principios, dotar de fortaleza a la nueva situación –que hay que lograr que sea natural-, replantearse la vida entera, y abandonar sin traumas “el poder” y la preponderancia que les confirieron, en aras de una relación justamente igualitaria.

Por su parte, como algunos hombres han sido educados de cierto modo, y han seguido aplicando las normas que les inculcaron, no sólo no siempre se les puede considerar culpables conscientes de todas sus actuaciones –porque hay una buena parte que son inconscientes, aunque las tendrán que resolver-, sino que hasta llegan a ser víctimas de ese tipo de mala educación que recibieron. Y si no lo remedian, estarán perjudicando a la mujer, a la relación, a los hijos y a sí mismos.

Por ejemplo, antes se les inculcaba que “los hombres no lloran”, que manifestar los sentimientos “es de afeminados”, que consolar a un hijo cuando llora “es cosa de mujeres”, que ayudar en las tareas del hogar “es de mandilones”, que “la mujer en casa y con la pata quebrada”, y si a eso se añaden frases del estilo de “la maté porque era mía”, pues se están inculcando a los hombres unas ideas que les conducen a comportarse del modo que lo han hecho durante siglos y que, por desgracia, se sigue haciendo en algunos países.

Nos encontramos entonces con hombres chapados a la antigua, dictatoriales y machistas en la relación, asentando y afirmando su virilidad en su mal genio o despotismo; son hombres amargados que descargan sus frustraciones contra las personas equivocadas –su pareja y/o sus hijos-.

También hay hombres tiernos, compañeros ideales en esta travesía en común por la vida, hombres que aman y lo demuestran; hombres que asumen su responsabilidad en la relación. Hombres cabales.

Hay tantos tipos de hombres que no caben en una generalización, así que cada persona tiene que lidiar con lo que tenga en su relación y tiene que tomar las decisiones propias que considere adecuadas en el caso de que su relación no esté siendo plenamente de su agrado.

Francisco de Sales
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