CAPÍTULO 190 - NO QUERER PONER FIN A LA RELACIÓN (1ª parte)

Cada persona tiene su propio modo de pensar para interpretar el mundo que le rodea y tratar de manejarse en él, del mejor modo posible. Generalmente, todos buscamos sentirnos bien con nosotros mismos y los demás y lograr las metas y objetivos que nos proponemos en nuestras vidas.

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Francisco de Sales
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CAPÍTULO 190 - NO QUERER PONER FIN A LA RELACIÓN (1ª parte)

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CAPÍTULO 190 - NO QUERER PONER FIN A LA RELACIÓN (1ª parte)
-EL FINAL-

Este es el capítulo 190 de un total de 200 –que se irán publicando-  que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.

“Amar es también saber irse” (Antonio Gala)


Todas las relaciones que encontraremos a lo largo de la vida tienen un principio y un final. Todas. Incluso la relación con uno mismo.

Todas son finitas. Unas duran desde nuestro nacimiento hasta el fallecimiento del otro; otras duran desde cierta etapa de nuestra vida hasta que seamos nosotros los fallecidos; otras duran el tiempo del colegio, de la universidad, mientras se estuvo en un trabajo, durante unas vacaciones, o el breve instante en que uno se cruza con una persona con la que jamás se volverá a cruzar.

Y así hay que aceptarlo y asumirlo.

Es inútil no aceptarlo y no asumirlo, porque no hacerlo puede ser muy doloroso y el motivo de muchos quebrantos.

Es eficaz tener la capacidad de darse cuenta de cuándo es el momento en que una relación ha terminado a todos los efectos, para no alargar inútilmente una agónica situación que ya no es enriquecedora ni satisfactoria a ningún efecto.

Y esa capacidad se desarrolla observando las cosas objetivamente, teniendo la valentía de llamar a las cosas por su nombre y de no incurrir en autoengaños, siendo del todo sincero y realista, poniendo los ojos del Amor Propio en lo que se observa y haciendo de ello un perfecto acto de honradez.

Y si una relación ha llegado a su fin –y no sólo me refiero a las relaciones de pareja-, es buen momento para no seguir dilatándola inútilmente.

Poner fin a una relación es difícil… o muy fácil.

Si uno está muy hastiado, muy dolido, muy vejado, y tiene mucho odio o muchas razones acumuladas, aparentemente le puede resultar más fácil, aunque casi nunca lo será.

En el fondo, aunque sea muy en el fondo, una voz le recriminará que tal vez no hizo lo suficiente, que quizá tenía que darle más oportunidades, que tenía que haber tenido más paciencia, más capacidad de sacrificio, o que tenía que haber hecho las cosas de otro modo. Insisto en que, salvo que se tenga muy-muy-muy clara la decisión, y haya sido tomada en un claro consenso entre la mente y el corazón, aportando cada uno de ellos todas sus razones o sentimientos, este asunto va a seguir coleando todavía durante mucho tiempo.

Y es muy curioso, pero una de las formas de aparente sanación de ese conflicto es que el otro encuentre una nueva pareja, con lo que la conciencia debería quedarse en paz y dar un respiro. Pero, en vez de esto, y en una abrumadora mayoría de casos, lo que comienza es un asomo de los celos y en un diálogo silencioso e imparable, uno se preguntará “¿por qué hace feliz a la otra -o al otro- y no me hizo feliz a mí?”, y “por qué hace por la otra –o el otro- lo que no hizo por mí”. Si se decide poner fin a la relación, conviene saber que esto puede aparecer y tener una respuesta clara para rebatir este altercado interno.

Parece que es un asunto casi genético en la mayoría de las mujeres eso de responsabilizarse de algún modo del fracaso de la relación, y que está firmemente arraigado en el inconsciente. Se puede ver con claridad en qué ha fallado el otro y poner la palabra fin, pero se perseguirá hasta la saciedad la búsqueda de los asuntos en los que ha uno fallado, que más bien son aquellos en los que uno quiere acusarse de haber fallado.

En general -porque todo lo que escribo es “en general” o “muy probablemente”- en eso de culparse la mujer es más propensa que el hombre, al que le resulta fácil calificarla como loca, maniática obsesiva, inestable y voluble, que no es capaz de comprenderle y no sabe lo que es ser hombre, y con ello le traspasa toda la culpa de que no haya funcionado. “La pareja es así, y así ha sido toda la vida”, dicen para exculparse.

Y tienen razón. Toda la vida ha sido así. Lo que no implica que tenga que seguir siendo.

Afortunadamente, las mujeres han evolucionado y han avanzado en unos años todo lo que se habían inmovilizado en los últimos siglos, y están consiguiendo –en unos países más rápidamente que en otros- la igualdad a todos los efectos.

Se niegan, con justa razón, a seguir en el papel de esclavitud de antaño –la esclavitud, aunque sea en nombre del amor, no por eso deja de ser esclavitud-, y quieren compañeros activos, que sean capaces de cambiar un pañal o pasar la aspiradora, y que sepan escucharlas emocionalmente y satisfacerlas sexualmente.

El reconocimiento y la aceptación de este derecho es a veces muy dificultoso, porque es luchar contra una herencia generacional de muchos siglos donde las mujeres no han tenido personalidad y derechos, sino sumisión y obligaciones, y la sublevación contra esta imposición inconsciente, aunque en conjunto forma parte de un colectivo y se está expresando a nivel mundial, en la realidad es la suma de cada una de las rebeliones personales, y es algo que casi nunca se puede hacer en conjunto y con el apoyo directo de las otras, sino que es una batalla que se asoma tímidamente en el pensamiento, que va adquiriendo fuerza lentamente, y al final es una sola quien se tiene que enfrentar a la tradición, y con ello a todo el árbol genealógico femenino que le ha precedido, y es casi como llamarles cobardes o ciegas a quienes le precedieron.

El conflicto, interno y externo, está garantizado. Y una rebelión en solitario y sin aliados en contra de lo establecido, con la oposición frontal de quienes no quieren ser destronados y están desde siempre en el lado de los fuertes y los que mandan, no es una sublevación fácilmente reconocida ni aceptada. Así que menos aún apoyada.

Si a pesar de vencer los obstáculos relatados una se arma de todo su valor y sus razones, y decide ser ella quien pone fin a la relación, le queda un largo y pesaroso camino por recorrer. Comenzando por planear la ruptura, y cómo, y cuándo, y de qué modo exponerlo, y cargar con todas las consecuencias posteriores, y tener que enfrentase al otro y a la mitad del entorno que no sea capaz de reconocer el mérito de enfrentarse a un destino ingrato para conseguir - lo que es sin duda un buen cambio, un destino mejor y merecido, y ver cómo se le explica al mundo, y qué va a ser de una después…

Desde un punto de vista esotérico o kármico, tal vez –yo no lo garantizo, y por eso escribo “tal vez”- oponerse a realizar una ruptura que está pidiendo a gritos que se haga, puede estar interfiriendo en el destino de ambos, o en el Plan Grande que pueda estar diseñado por lo Divino. Tal vez es necesario que a partir de ese momento sus caminos se bifurquen y sigan cada uno por su lado desarrollando la experiencia que les corresponda en esta vida.

Aviso que no me responsabilizo del párrafo anterior como para que alguien lo utilice como excusa y defensa y me culpabilice a mí de haberlo propuesto. Puede que en el fondo sí crea en ello. La realidad es que la vida me ha demostrado que todo lo que me ha ido sucediendo ha sido siempre para bien y para mejor. Aunque no lo haya comprendido mentalmente en su momento. Todo lo que he perdido ha sido reemplazado por algo mejor. Es por eso por lo que creo en una evolución continua, y que hay que ir dejando cosas obsoletas o frenadoras para seguir en su experiencia vital.

Quien decida poner fin a una relación, lo hace bajo su exclusiva responsabilidad, pero quizás le interese conocer estas palabras de Walter Riso: “Ante el egoísmo o el abuso, es lícito que busques tu bienestar, que desaparezcas si así lo decides”.

“Te dejo; aunque te ame, no le vas bien a mi vida”.

Es un error saber que está todo perdido y, a pesar de saberlo, preferir el lento, doloroso y dramático hundimiento antes que la disolución digna y amistosa de la pareja.

Hay que aprender a dejar ir a quien así lo desea o así lo provoca –sin retenerle- o a quien uno desea que se vaya, hay que dejar de esperar a quien no quiere regresar y no va a regresar, y también es interesante dar una oportunidad a quien puede ser ese compañero especial y aún se desconoce.  

Si crees que ya has sufrido bastante e innecesariamente, y que has padecido un sufrimiento inútil, que este último sufrimiento de poner el fin sea de los útiles.

SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:

- Terminar una relación no es un fracaso. Fracaso es continuar con en relación insana, insatisfactoria y carente de evolución.
- “Te dejo; aunque te ame, no le vas bien a mi vida”. Esta es una excelente decisión en las relaciones insanas.
- Poner fin es también, al mismo tiempo, poner un principio.


Francisco de Sales

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